Abril de 2009
(A a todos los niños a los que se ha negado el derecho a informase y proteger su vida)

Esta simple frase puede tener muchas implicaciones, hay quienes la usan para justificar la promiscuidad, algunos para experimentar a temprana edad sin información, otros tantos para justificar el intercambio de fluidos sin sentimientos, unos otros pocos para educar.
Quienes me conocen saben que no soy conservadora -todo lo contrario- soy orientadora en salud sexual-VIH/SIDA desde los once años, cuando hablar de sexo era un poco más estigmatizado que ahora. Mi madre es una médica que ha dedicado los últimos quince años de su vida a la salud sexual y reproductiva – mayormente- así que tuve la fortuna de ser informada desde muy temprano, sabiendo cómo había venido al mundo desde los cinco -cuando leí con mis padres mi primer libro de educación sexual- y repartiendo preservativos con mi madre a los diez (cosa que horrorizaba a muchos conocidos y familiares).
Para sorpresa de muchos, hablé de sexo durante los cinco años de colegio sin haberlo experimentado. En adelante, todas las decisiones que he tomado al respecto de mi sexualidad han sido informadas. Es algo que desearía para los jóvenes de la nueva generación, desearía que en estos catorce años pasados desde el «Primer encuentro de jóvenes por la vida, unidos contra el SIDA» en Telamar en 1995 (donde representé a mi colegio), existiera una sólida cátedra en salud sexual y reproductiva en todas las escuelas primarias y secundarias del país, que los niños pudiesen tomar sus decisiones informados y sobre todo: Pudiesen proteger su vida.
¿Pero, a qué viene todo esto? ¿Niños? ¿Por qué no puedo seguir mi informe anual de trabajo, por qué mi conciencia no me permite callar? ¿Por qué les hablo de sexualidad?
Horror y frustración, describen las sensaciones que produjeron a mi amigo K y yo el final de la tarde en una playa paradisíaca de Zacate Grande, Valle, ayer. Mientras dejaba pasar las horas leyendo, esperando bajara el sol, frustrada por problemas médicos que me impiden disfrutar, la realidad me chocó de frente: Un carro se estaciona casi frente a nosotros, bajan un grupo de adolescentes con una botella de vodka y proféticamente gritan: «lo que pase aquí, se queda aquí!».
Había una cantidad moderada de gente en la playa, ellos comienzan (o siguen) consumiendo alcohol. El mayor, casi adulto tendría unos veinte, las tres chicas cerca de dieciséis-dieciocho (difícil saber con tanto maquillaje), el otro unos dieciocho y el niño de unos doce. El niño servía el vodka de los demás y tomaba otro tanto.
Bajó el sol, la gente se fue y me metí al mar, estaba tibio, lo disfruté. Luego me dediqué a la caza de almejas en la orilla contemplando el atardecer, frente a mí los chicos en cuestión. Mi amigo K me dice: ¿Podés creer que es el niño quién los tiene borrachos a todos? «Y dice que se quiere C#*%r (tener sexo) con la chavita delgada y solo le sale la gorda» «El otro le dice c#getela, de todos modos no es que vas a andar (ser novio) con ella». En ese momento comencé a prestar atención.
Hablé con mi amigo de su primera experiencia sexual: a los trece con una mujer en sus treintas, de nuevo me horroricé, no lo consideró violación, fue felicitado por sus pares y primos mayores, era solo sexo y él un iniciado. Luego pensé en el machismo imperante en nuestras sociedades, en la doble moral y de nuevo en el niño, que se acercaba con el mayor tambaleando y se metía a nadar.
Hablamos un buen rato de sexualidad y machismo -observándolos- de conductas responsables y educación. Comentábamos la inverosimilitud de escuchar a un niño, sin caracteres sexuales secundarios (vello) desarrollados, hablar de c#gerse a una chica mayor. Para él es solo sexo, como ir a la pulpe por un confite. Los observábamos incrédulos, hasta que sucedió: el niño se fue al mar, la chica rellenita lo siguió, se tumbaron un rato acariciándose, se levantan, tambaleándose caminan hasta el baño, ella le dice «estúpido, caminá bien» y él pone una mano en su nalga. Permanecen en el baño unos pocos minutos y retornan riendo. Tuvieron sexo. Así nomás -sin protección presumo- y por lo que escuché no era su primera vez. Las otras dos parejitas buscaron lugares más privados, el sol se había puesto. No sé lo que pasó con ellos, un rato después los que se habían refugiado en el auto encendieron la luz, en señal de partida, nos dejaron solos contemplando las constelaciones en el cielo costero, con una sensación de amarga impotencia.
Estos adolescentes y el niño hablaban inglés, tenían un auto, buenas ropas, tomaban vodka fino, provenían seguramente de una clase media con ciertas comodidades y seguro que acceso a «buena educación», seguramente tienen tv por cable en casa, y aunque sus padres no les hablen de sexo, la televisión sí. ¿Por qué entonces?
Recuerdo allí los casos de los que me habla mi madre, niños de catorce años con sífilis, gonorrea o VIH, niñas de doce embarazadas, «señoras» de dieciséis con dos o tres hijos en su haber y un amplio historial de enfermedades. No importa la clase social. Hablo de nuevo con K sobre sus experiencias sexuales en la infancia, me doy cuenta de lo que ya sé: aunque muy precoz, él es afortunado, fue en los ochentas, no había VIH aquí. Pienso en la promiscuidad y los jóvenes, entro en pánico, el 50% de la población infectada de VIH es menor de 25 años, menores que yo!
Agradezco a mi madre por haberme educado, por haber estado allí la primera ocasión en que me hice una prueba de VIH (como la de hemoglobina, por costumbre-salud) y sobre todo porque a pesar del estigma me habló de sexo, se enorgulleció cuando a los doce años ensenaba en sus talleres a poner condones a adultos, y porque a pesar de ser una madre latina criada con prejuicios, me educó como no lo hicieron en la escuela.
Quisiera que los niños y jóvenes tuvieran una maestra como la mía en cada aula, que los talleres de sexualidad fueran rutinarios, que las jóvenes no quedaran embarazadas antes de terminar la secundaria, que no hubiesen niños con VIH. Quisiera que mis hijos viviesen en una sociedad con menos prejuicios, sin legisladores retrógradas y con orientación sexual obligatoria. De hecho los míos la tendrán -en casa- desde que puedan hablar. Pero quisiera lo mismo para los hijos de todos los demás. Acabemos con el silencio, si todos somos producto de una relación sexual, que tiene de malo hablar de ello en casa, en la escuela, ¿en el diario vivir? Es solo sexo, hablemos de ello y salvemos vidas.
Meta para 2009: Regresar al voluntariado los fines de semana, educar a jóvenes en salud sexual y VIH-SIDA.
Publicado en FB el 03 de abril de 2009.